En septiembre ha habido cambio de frailes en nuestra comunidad. Como siempre, la nueva fraternidad está a vuestro servicio para que todos seamos más santos, nuestras vidas sean un canto de alabanza al Señor y nuestra Iglesia resplandezca por el amor, incluso a quienes se declaren nuestros enemigos.
Durante estos primeros meses la fraternidad está programando su propia vida. Somos hombres consagrados a Dios, a Él le pertenece nuestro corazón, sólo queremos hacer su voluntad y servirle en pobreza y humildad: esto nos hace vivir alegres y nos da fuerzas para abrazar la cruz de cada día.
Hemos preparado un horario (quizás provisional) con todas nuestras oraciones, que siempre van a estar abiertas a vuestra participación (excepto Completas) porque nuestra oración es la oración de la Iglesia. Por eso os invitamos vivamente a orar con nosotros, en la medida de vuestras posibilidades.
Queremos que todo hable de que el centro de nuestra vida es Jesucristo, de que sólo Él salva, de que sólo su amor puede llenar el corazón del hombre y hacerle feliz. Él es el tesoro que todos buscamos, lo sepamos o no. Él se nos da especialmente en su Palabra, en la Eucaristía y en el Sacramento de la Confesión.
Somos conscientes de que el Señor, por medio de su Iglesia, ha encomendado esta Parroquia a esta comunidad franciscana. Esto es algo esencial. Si esta comunidad es fiel, perseverante y vive el gozo de su vocación, entonces y sólo entonces os podrá servir como se debe. Por eso os suplicamos que recéis mucho por nosotros, que le ofrezcáis al Señor algún pequeño sacrificio por nosotros y que nos encomendéis a la poderosa y maternal intercesión de la Virgen de Montserrat. Nosotros no dejamos de hacerlo por cada uno de vosotros, por vuestras familias, y especialmente por los que están pasando por momentos de sufrimientos y angustias.
Hermanos, apoyémonos mutuamente y caminemos “con paso ligero, seguros, gozosos y alegres” (Santa Clara de Asís) hacia la meta a la que el Señor nos llama: la santidad.